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José Benítez

Antequera, Malaga, en 1963.

Llenas de sugerencias, las obras de José Benítez invitan al público a recorrer los laberintos de la memoria pictórica del autor y a participar de su mundo utópico, lleno de paisajes sublimes, de monstruos, ruinas y aquelarres. Fuera del tiempo y del espacio, su plástica no deja a nadie indiferente, nos atrapa y se apodera de nuestra mirada de una manera casi hipnótica para que la proyectemos hacia nuestro interior y poder participar activamente de su pintura, dejando de ser, simples espectadores pasivos.

A lo largo de los años los trabajos de Benítez se han situado en la frontera, caminando entre la realidad y la disolución de las formas.

La suya es una pintura científica y orgánica, trabaja las formas con la minuciosidad de la pintura flamenca, sus objetos son organismos complejos en continua metamorfosis que evocan una estructuralidad primigenia. Objetos construidos formalmente con una precisión técnica deudora del “collage”, su paleta está conscientemente reducida a la mínima expresión, para centrar la atención en la irreal definición de las formas y evitar cualquier distracción cromática. Un especial cuidado en el dibujo mas el dominio de la luz y de las sombras acentuado por la utilización de los grises y sepias, acercan a Benítez a la pintura barroca y más en concreto serie negra de Goya.

Es sin embargo, el contraste tan propio del barroco lo que se manifiesta de manera clara en las últimas creaciones pictóricas de Benítez. El pintor sitúa en la parte terrenal del plano, sus contundentes y oníricas creaciones en clara oposición a la línea del horizonte, llena de cielos brumosos que evocan los paisajes románticos y sublimes de Friedrich o Turner.

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